Del cuello de la amada pende un Cristo, joyel en oro de un buril genial, y parece este Cristo en su agonía dichoso de la vida al expirar. Tienen sus dulces ojos moribundos tal expresión de gozo mundanal, que a veces pienso si el genial artista dióle a su Cristo alma de don Juan. Hay en la frente inclinación equívoca, curiosidad astuta en el mirar, y la intención del labio, si es de angustia, al mismo tiempo es contracción sensual. ¡Oh, pequeño Jesús Crucificado!, déjame a mí morir en tu lugar, sobre la tentación de ese Calvario hecho en las dos colinas de un rosal. Dame tu puesto, o teme que mi mano con impulso de arranque pasional, la faz te vuelva contra el cielo y cambie la oblicua dirección de tu mirar. Fabio Fiallo (Poeta Dominicano)
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